Terminamos como empezamos. A los tumbos, buscando la jugada heroica que nos siga manteniendo con vida. Otra vez apelando a alguna genialidad individual que nos salve. Argentina quedó eliminada en octavos de final ante Francia y no puede sorprendernos.
Fueron 90 minutos que resumieron no sólo los cuatro partidos ciclotímicos que disputó la Selección en Rusia. También fueron una justa síntesis de años de improvisación a nivel dirigencial y deportivo. Nunca hubo un criterio definido a la hora del armado del plantel ni en los planteos de cada encuentro. Cambios, cambios y más cambios. Todos volantazos pero con un destino inminente. Francia nos chocó de frente porque veníamos a contramano. Aún con las posibilidades que brinda el fútbol, Argentina pudo dar vuelta el marcador en Kazán. El espejismo duró sólo nueve minutos, como lo fue ante Nigeria. La velocidad supersónica de Mbappé y el derechazo demoledor de Pavard nos bajó a la realidad de la manera más cruda posible. Los arrestos individuales y el amor propio esta vez no alcanzaron. Como suele suceder en períodos de crisis, se buscan culpables afuera cuando las responsabilidades están adentro. Se terminó la era de Messi, Mascherano y compañía. Lamentablemente sin los éxitos deseados. No quedan dudas que urge una reestructuración del fútbol argentino desde las bases. Una refundación que viene siendo postergada al menos desde hace una década. Después del Mundial 2006, la AFA fue una montaña rusa de contradicciones. Se interrumpió abruptamente el proceso de Alfio Basile para darle paso a la generación del ’86 con Maradona a la cabeza, sin ningún tipo de preparación ni antecedentes. La debacle en Sudáfrica, muy similar a esta, dio paso a una efímera experiencia con Sergio Batista. El ciclo de Sabella fue un oasis en el desierto, que los desatinos constantes de la AFA se encargaron de desgastarlo. Llegó Martino, con dos finales de Copa América que no fueron suficientes para tranquilizar un clima ávido de resultados. Los Juegos Olímpicos de Río fueron otro bochornoso episodio, con clubes sin predisposición a ceder jugadores y dirigentes dando la espalda a la situación. Pasó Bauza y ahora Sampaoli. En el medio se descartó como si nada toda la estructura de trabajo en selecciones juveniles creado por Pekerman y Tocalli en los años ’90, que generó cinco de los seis títulos mundiales de la categoría. Un dato insoslayable es que de los 63 futbolistas que Argentina llevó a los últimos cinco Mundiales Sub 20, apenas llegaron dos a Rusia: Tagliafico y Pavón. Messi, Agüero, Biglia, Fazio, Di Maria, Mercado y Banega han sido los únicos supervivientes de la brillante gestión de Pekerman y Tocalli, campeones del mundo en 2005 y 2007. No hace falta mirar muy lejos para observar que con proyectos serios y a largo plazo los buenos resultados afloran. Uruguay, por ejemplo, tiene once jugadores con historia en sus juveniles que nutre su actual seleccionado mayor. Por eso hace falta, en primer lugar, definir una idea, un estilo de juego. Un horizonte claro. Luego los intérpretes que mejor se adapten a ello y no dejarse llevar por un resultadismo frenético e imprudente. Volver a las fuentes, haciendo hincapié en la fuerza del trabajo colectivo por sobre la cultura del individualismo atado con alambres. Ese debate profundo debe comenzar ya. Dicen que cada crisis es una nueva oportunidad. Esperemos, esta vez, no desaprovecharla.
Redazione
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