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Entramos por la ventana y seguimos con vida

Con sangre, sudor y lágrimas. Así logró la clasificación a octavos de final Argentina. Sin sobrarle nada, con la soga al cuello y con el agónico grito de Marcos Rojo la Selección tuvo un desahogo providencial.

“Habrá que aceptarlo. Somos lo que somos. Tenemos lo que tenemos. Ni más ni menos. Así de simple, así de crudo, así de preocupante. Pasamos con cuatro. Raspando. Eso es lo malo. Pero seguimos en carrera”. Con este párrafo Aldo Proietto de la revista El Gráfico comenzó analizando el angustiante empate ante Rumania y la clasificación a octavos -para medirse ante Brasil- en el Mundial ’90. Veintiocho años después se repitió la historia. No había más chances. Era ganar o armar las valijas. La Selección jugó contra sus fantasmas y, también, contra Nigeria. En un contexto caótico, después del flojo debut con Islandia, la humillante goleada ante Croacia, los rumores de peleas al interno del plantel y el golpe de estado a Sampaoli por parte de los referentes, Argentina volvió de las cenizas y se metió entre los dieciséis mejores del mundo. Ese renacer se dio con un buen primer tiempo albiceleste. Con Éver Banega y Enzo Pérez siendo la rueda de auxilio de Mascherano en el medio y los socios futbolísticos de Messi en ataque. La ayuda de ambos, evidenció un Lionel mejor acompañado y al equipo con pasajes de alto nivel. Sin la carga de tener que ser el único generador de juego, la Pulga pudo encontrar espacios para desequilibrar. Un resumen de esto fue la exquisita y milimétrica asistencia de Banega para que Leo, ¡al fin en modo Camp Nou!, se estrene en la redes rusas. Con otra soltura y confianza, Messi comenzó a hacer diferencias y a mostrar liderazgo. Otra prueba de ello fue el magnífico tiro libre que se estrelló en el poste derecho del arco defendido por Francis Uzoho. Argentina, salvo algunas desatenciones, no pasó sobresaltos defensivos en aquella primera mitad y justificó la ventaja. En el complemento, con Nigeria jugándose sus últimas cartas, reaparecieron las dudas. Increíblemente dos errores no forzados le permitieron a los africanos llegar a la igualdad. Primero por un córner innecesario, por el cual derivó el infantil penal que cometió Mascherano. Moses lo transformó en gol y la Selección, como en los dos anteriores partidos, sintió el impacto. Ya sin el equilibrio del primer tiempo y la ventaja en el marcador, el equipo se desordenó y retomó la ciclotimia exhibida en Moscú y Nizhni Nóvgorod. El trámite empezó a ser de palo y palo, ataque por ataque, pero ahora con los nigerianos con más espacios y lucidez. Resulta difícil describir los últimos instantes. Nigeria tuvo el golpe de gracia faltando ocho minutos, pero la milagrosa tapada de Armani le dio una vida más a los sudamericanos. Una oportunidad que la aprovechó a los 41, cuando se percibía olor a fin de ciclo, con Marcos Rojo como centrodelantero terminando con tanta angustia. Con la épica de otros tiempos, y la fibra reclamada, llegó el alivio. Al igual que en aquella noche napolitana ante los rumanos, Argentina se aferró a una débil llama de esperanza. “Estuvimos a punto de morir. Nos metieron en el pulmotor y seguimos respirando; pero continuamos en terapia intensiva, con pronóstico reservado. Podemos salvarnos. ¿Por qué no el milagro? Que Dios nos ayude. Entramos por la ventana, hubiéramos preferido hacerlo por la puerta”. Estas líneas en amarillas páginas de hace casi tres décadas, vuelven a resonar hoy. De aquella aventura italiana conocemos el final. Desde el próximo sábado, para Argentina, arranca otro Mundial.

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Redazione

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